
Dorada y erguida sobre un trono, la sirena resplandece. Domina el río Guatapurí y fascina al paseante que la observa desde el puente.
Ella es uno de los símbolos más representativos de Valledupar. Un monumento radiante en medio de la vegetación, frente a una orilla llena de jóvenes que disfrutan del agua fría y saltan desde las rocas.
Su cola mira hacia el cielo. Su semblante se queda fijo hacia delante. Toda su postura es enigmática, pero qué sugiere ella. ¿Cuál es la historia de la sirena del Hurtado?
Existen muchas leyendas entorno a la Sirena. Una de las más conocidas habla de ella como una niña preciosa del barrio del Cañaguate en Valledupar que, después de que sus padres le prohibieran bañarse en el río un Jueves Santo, se apresuró en desobedecer.
La joven salió de su casa sin el permiso de sus familiares y, después de contemplar un rato las aguas trémulas del río, decidió desnudarse cerca de un pozo profundo. Allí, impelida por el calor de la tarde –eran las dos de la tarde– y el frío atractivo de las aguas, la muchacha se lanzó desde las altas rocas.
La alegría causada por el baño fue inmensa, pero relativa. De repente, las aguas se turbaron. El cielo se oscureció, las nubes tronaron y una brisa rebelde se despertó, barriendo de lado a lado las orillas del río.
La niña, llamada Rosario Arciniegas, trató de salir del agua. Entendía que algo amenazante estaba ocurriendo, pero no lograba escapar. Su cuerpo se había entorpecido hasta el punto de perder el control sobre él.
Llegando a la orilla, Rosario pudo comprobar la grandeza de la sorpresa. Sus piernas se habían convertido en una cola enorme de pescado. Una cola fría y vivaz que se agitaba con insistencia, como si actuara independientemente de las órdenes de la niña.
Percatándose de la ausencia de su hija, la madre salió a buscarla. Se acercó al río y, gritando su nombre con fuerzas, trató de llamar su atención. Pero nada. Rosario no contestaba.
El temor fue extendiéndose y, poco a poco, el pueblo se sumó a la búsqueda. Hombres y mujeres exploraron las orillas para descubrir a la niña. Muchos pensaban que se había ahogado y lamentaban el horror causado en pleno Jueves Santo.
Sólo el día siguiente de Viernes Santo fue cuando los gritos y los sollozos fueron apagándose. La vista de una sirena en la roca más alta puso un punto final a todas las expectativas. Esa sirena tenía la cara de Rosario y el cuerpo de pescado.
Antes de tirarse al agua y desaparecer, la sirena se despidió de sus seres queridos. Algunos claman que sigue apareciendo de vez en cuando y que su llanto expresa el remordimiento causado por su desobediencia. Pero eso es otra leyenda.
Lo seguro es que su estatua sigue fija en lo alto del río y que, sin duda, es uno de los monumentos más hermosos de Valledupar.
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